¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Greta desencadenada

Greta Thunberg

El COP26, reciente encuentro en Glasgow de los dirigentes de los principales países del mundo, no ha sido sino lo que cabía esperar de una reunión caótica y desorganizada compuesta por gobiernos con agendas políticas, intereses económicos y entramados lobbyísticos diferentes. Aunque no ha estado a la altura de las expectativas, tampoco se le puede considerar un rotundo fracaso, desde el punto de vista de sus organizadores o de las ONGs que viven del cuento del activismo climático. Se ha puesto sobre la mesa el compromiso de incrementar hasta los 130.000 millones de dólares la ayuda a los países más afectados. Luego ya se verá si esto se cumple. Pero los más listos deberían andar contentos como unas castañuelas y corriendo ya por los pasillos ministeriales para ser los primeros en pillar cacho.

Solo Greta Thunberg está enfurruñada. Retornando a su antigua pose teatrera del how you dare, acusa a los políticos del COP26 de incompetentes y charlatanes. Luego ha prometido moderar su lenguaje. Pero el mal gesto ya estaba hecho. ¿Por qué esta niña repulsiva, aupada a la palestra por un oscuro lobby de empresas e intereses financieros que se mueven en el ámbito de la sostenibilidad financiada con recursos públicos, se explaya tan destempladamente en una convención climática de alcance mundial, delante de todas las cámaras de televisión, de todos los micrófonos de radio y ante la miríada de teléfonos móviles que alimentan las redes sociales? ¿Fue su juvenil grosería algo espontaneo, o se trata de un alarde dramático cuidadosamente ensayado?

Greta Thunberg no tiene ninguna credibilidad. No es más que una adolescente maleducada. Un oscuro lobby de empresas e intereses financieros que ambiciona ganar dinero en el mercado de la sostenibilidad, con cargo a los presupuestos públicos de diversos países, se esfuerza por convertirla en una especie de Juana de Arco de la cruzada contra el clima. En realidad, Greta debería estar en la escuela, recuperando los semestres que perdió con la campaña aquella del Skolstreik for Klimatet y navegando a vela. Tampoco le vendría mal someterse a la atención de un psicólogo. Porque algunas de las cosas que hace esa niña no son típicas de la edad.

En cualquier caso, cabe preguntarse por los motivos de la mala conducta. Si es cierto que todo enfrentamiento y toda meada fuera del tiesto que vemos crepitar en los medios es el reflejo de un conflicto económico social de fondo, llegaríamos a la conclusión de que la cruzada climática se está escindiendo en dos facciones: una fundamentalista, empeñada en devolver a la Madre gaia al estado en que se encontraba antes de que comenzase la Revolución Industrial. Fiel al principio intransigente y cuasi religioso de una reducción drástica en los niveles de emisión de CO2 al precio que sea, no le importan las pérdidas en términos de PIB y puestos de trabajo. He aquí su caja de herramientas: leyes, prohibiciones, impuestos, sanciones ejemplares, etc. En la otra mitad del espectro tenemos un sector más pragmático y posibilista, interesado en la búsqueda de soluciones que hagan compatible la salud del medio ambiente con el desarrollo económico: reducciones de CO2 basadas en la racionalidad, los procesos eficientes e incentivos económicos. Esta facción también propugna la revisión de algunos antiguos tabúes en el ámbito de las denominadas “energías limpias”.

Con respecto a esto último, podría parecer casual que recientemente la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, haya calificado la apertura de nuevas plantas nucleares como una alternativa necesaria para mantener bajos los niveles de emisión en la lucha contra el cambio climático. A condición, claro está, de cumplir ciertos requerimientos de seguridad. En cierto modo, esto se veía venir. Si queremos ver nuestras calles llenas de coches eléctricos, no nos basta con llenar los montes de parques eólicos respaldados por un número creciente de turbinas de gas. Tarde o temprano habrá que plantearse el retorno a la energía nuclear.

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