¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Por qué los empresarios de Bilbao se metían en política

Ramón de la Sota y Llano

Imagen: TZEN Producciones S.L. – Con motivo del estreno del documental «El Hacedor de Realidades» (2010)

El compromiso que algunos de los más destacados prohombres de la historia empresarial vasca adquirieron con las ideologías políticas más relevantes de su tiempo forma hoy parte de la leyenda de estos pioneros de la industria. Víctor Chávarri apoyó y patrocinó la Unión Liberal -más conocida como la «Piña»-, un frente de acción conservador y afín a tendencias proteccionistas al servicio del incipiente nacionalismo económico español. A Horacio Echevarrieta se le percibe vinculado a posiciones republicanas y en cambalaches electorales con los socialistas de Prieto -lo cual no obsta para que este empresario, al igual que todos los demás, mantuviese una estrecha amistad con el rey Alfonso XIII-. Finalmente, Ramón de la Sota y Llano, el inolvidable creador de la Naviera Sota y Aznar y de los Altos Hornos de Sagunto, fue el empresario nacionalista vasco por excelencia. Apoyó al PNV de los hermanos Arana cuando su formación no era aun más que una modesta plataforma de románticos que competía con la decadente Asociación Euskalherria. Lo dotó con ayudas y medios económicos, lo orientó por cauces moderados y autonomistas e incluso le dio su propio aval personal como militante y candidato, propiciando con ello el cisma de la Comunión Nacionalista en 1916 y la gran victoria electoral en la Diputación de Vizcaya entre los años 1917 y 1920.

¿No suena raro que los empresarios se dediquen a la política con tan alto grado de compromiso y dispendio financiero? En nuestro tiempo, esto se vería como algo impropio, intolerable e incluso generador de alarma social. ¿Acaso en aquella época las oportunidades de ocio eran tan precarias que no quedaba otro remedio que distraerse con intrigas de casino o las incipientes ideologías de masas? Partiendo de tales supuestos, resulta inevitable ver a los pioneros del auge industrial de Bilbao de hace un siglo como personajes de mentalidad compleja, que mediante su compromiso con el mundo de las ideas intentaban compensar el aburrimiento producido por su árida labor en oficinas y consejos de administración. Por supuesto, sería un disparate verlo de este modo.

En realidad, la dedicación a la política de los grandes magnates de Bilbao tuvo un lado práctico que hoy, en una época en la que ya no existe la necesidad de luchar por la supervivencia, resulta difícil de entender. El activismo ideológico -liberalismo fuerista, republicanismo, carlismo, nacionalismo vasco e incluso socialismo- no era vocacional. Respondía a la lógica de los negocios mineros, industriales y financieros de los legendarios titanes del industrialismo bilbaino. Ante todo, aquellos hombres eran empresarios. Todo lo que hacían era para mantener sus negocios, defenderlos frente a la competencia y conseguir otros nuevos. Su entrada en política tuvo mucho que ver más con la defensa de sus propios intereses materiales que con la promoción de programas electorales y de utopías.

Para empezar, estaba el sistema de Conciertos Económicos. Estos, con su elemento de gestión propia de los recursos fiscales -entonces como hoy una cantidad ingente de dinero-, constituían una herramienta económica muy importante en relación con el desarrollo industrial del territorio y la actividad de las grandes sociedades. De ahí que cada empresario tuviese un interés en mantener hombres de confianza, daba igual del partido que fuese- sentados en los escaños de la Diputación de Vizcaya y los ayuntamientos de las grandes ciudades. A escala nacional sucedía algo parecido. En una época de proteccionismo rabioso, promoción estatal de industrias y crecimiento de las compañías navieras españolas al calor de la famosa Ley Maura de 1908 y otras medidas, importaba mucho disponer de un acta de diputado en Cortes. Este fue precisamente el caso de Ramón de la Sota, cuando en las elecciones de 1918 venció a Gregorio Balparda en el distrito de Valmaseda.

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