¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Humboldt, un amigo de los vascos

Wilhelm von Humboldt

Durante los siglos XVIII y XIX, numerosos viajeros europeos visitan las tierras vascas dejando sus impresiones en forma de una variada producción literaria: libros de viajes, cartas, ensayos políticos y etnográficos, etc. De entre todos ellos, destaca el prusiano Wilhelm von Humboldt (1767-1835), filólogo, historiador, humanista y hermano del famoso geógrafo y científico Alexander von Humboldt (1769-1859). A diferencia de los otros autores, que escriben lo que ven, o lo que les cuentan, desde la perspectiva de un turista rico o un diplomático con intereses que no tienen que ver con la geografía humana, Humboldt acude impulsado principalmente por el afán investigador. Antes ha realizado una intensa labor de preparación en París, aprendiendo la lengua de los vascos y estudiando a fondo uno de los pocos diccionarios de euskera que existía en aquella época.

El resultado de sus dos viajes por las provincias vascas quedó para la posteridad en una larga e inconclusa serie de escritos. Hoy día, las observaciones de Humboldt seguramente están desfasadas, aunque producen una notable impresión de actualidad, ya que hay rasgos del carácter que permanecen sin alterar a lo largo de los siglos. En su tiempo, sin embargo, influyeron en medida acorde al mérito intelectual de quien las hizo. Humboldt trajo a Euskadi un enfoque científico, con el rigor de enjuiciamiento del académico alemán, un vasto inventario de conocimientos filológicos, un entusiasta afán investigador y cierta ingenuidad que resulta útil a la hora de captar rasgos específicos en la idiosincrasia de un pueblo extraño. Difícilmente se puede exagerar la importancia de este legado escrito. Miguel de Unamuno, contrariado por la baja calidad de las versiones adaptadas del francés, hizo una traducción directa del alemán que hoy se presenta al lector en la forma de un breve volumen titulado Los Vascos.

Humboldt traza semblanzas inolvidables del pueblo vasco: costumbres, instituciones, danzas populares, festividades, organización municipal, el papel de la mujer en el mundo del trabajo y en la sociedad… No hay ámbito que escape al análisis certero y perspicaz del humanista que con siglo y medio de anticipación ya emplea, sin haberlo formulado como parte esencial de su estrategia investigadora, métodos similares a los de la moderna geografía humana y económica. A lo largo de sus páginas, casi podemos ver a las mujeres cargando fardos en el puerto de Bilbao, una sesión de la Casa de Juntas de Gernika y a los baserritarras reunidos a la salida de la iglesia en la plaza de un pueblo del Duranguesado. En el porte de aquellos aldeanos, sus bastones de mando, los círculos que formaban a las puertas de las iglesias y su manera de estar, Humboldt intuye quiénes seguían siendo, aun en aquellos tiempos, los auténticos señores de la tierra. Su obra descriptiva alcanza momentos de gran interés al entrar en lo más comprometido: un examen de las instituciones políticas del país y el modo en que las viejas leyes -es decir, los Fueros- dejan de ser letra plasmada en antiguos legajos para convertirse en mecanismo de estabilidad social e instrumento de relaciones institucionales con la Corona. Con sus recomendaciones de buen gobierno, Humboldt entra en consideraciones que presentan una atemporal y sorprendente similitud con el debate autonómico y constitucional de nuestro tiempo. Las libertades vascas han de ser preservadas no solo por ser antiguas y específicas del país, sino también porque la realidad y el interés del Estado lo exigen. La tierra es pobre, está superpoblada y no posee recursos valiosos ni facilidades como las de Francia o incluso la misma Castilla en otros tiempos mejores. Su único activo reside en un pueblo laborioso y diligente que necesita de sus instituciones tradicionales y la libertad de comercio para cultivar su talento y posibilitar su empleo en beneficio tanto del país como de los restantes reinos de la monarquía.

Por haber escrito unas cuantas frases elogiosas sobre los vascos, a John Adams (1735-1826), jurista, revolucionario norteamericano y segundo presidente de los Estados Unidos, se le hizo una estatua en pleno centro de Bilbao. ¿Cómo es que, fuera del ámbito académico, nadie parece acordarse de Humboldt? Pese al esfuerzo del filólogo berlinés -quien en Alemania está considerado como una figura monumental-, parece que existen algunas razones sutiles que explican el olvido relativo en que aquel ha caído. A lo largo de su relato, Humboldt deja ver entre líneas el declive histórico de la nación vasca y el retroceso del euskera. Este repliegue, que llevó a un pueblo extendido por amplias regiones de la cornisa cantábrica y las planicies de Aquitania a retirarse hasta unos cuantos enclaves residuales en la cordillera de los Pirineos, había comenzado mucho antes de la política centralizadora de los Borbones, las guerras carlistas y la supresión de los Fueros en 1839.

Actualmente, Euskadi, pese a vendavales de crisis que después de casi una década se resisten a amainar y de un futuro preñado de incertidumbre, vive un momento interesante de su historia. Su economía se internacionaliza. Las instituciones han vuelto a echar raíces después de un largo periodo de hibernación, por culpa de los enfrentamientos civiles de los dos últimos siglos, la abolición foral y, como plúmbeo remate de todo este círculo vicioso, la dictadura franquista. El euskera ha dejado de estar considerado como una reliquia lingüística para adquirir categoría de lengua oficial. Lo vasco se encuentra en expansión. En el fondo, las visiones contractivas a la Amaiur no motivan a las élites culturales de Euskadi. Tampoco atraen el interés de la opinión pública. El ciudadano vasco tiene problemas importantes de los que ocuparse y no está para derrotismos. Sin embargo, y pese a las consideraciones prácticas, sería preciso reconocer lo injusto del olvido al que se ha visto expuesta la figura de este humanista alemán, uno de los principales impulsores de los estudios vascos.

No es para presumir que de él no hayan quedado más que unos cuantos tomos en librerías de viejo y una calle con su nombre en San Sebastián. Y, en cualquier caso, tampoco nos lo podemos permitir. Siendo realistas, debemos hacernos cargo de que los vascos no tienen en el exterior, que se diga, demasiados amigos dispuestos a trabajar desinteresadamente por el idioma y la cultura del país. Uno de ellos, sin lugar a dudas, fue Wilhelm von Humboldt.

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