¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Bilbao va a menos

Bilbao envejece

He aquí una de esas noticias con las que El Correo Español acostumbra a chafar el desayuno de los domingos al palomo conformista, ante su mediocre café con leche y un croissant de bollería industrial en el Bertiz de su barrio. “Ay señor, estos fachas me van a matar. ¿Por qué no compraría el Deia o El país, como de costumbre”. Sin embargo, por más que nos empeñemos en matar al mensajero, las malas noticias seguirán estando ahí, delante de nuestros ojos adormilados, como el dinosaurio del sueño en el ya antológico cuento de Augusto Monterroso. El envejecimiento demográfico no es un reto histórico exclusivo de esta Noble Villa de Bilbao. Ya hace 30 años el historiador francés Alfred Grosser lo señalaba como una de las tendencias más relevantes en la evolución de la moderna sociedad occidental. Ha llegado el momento de pararse a pensar, muy en serio, en lo que todo esto implica. Aquí y ahora, en el Bilbao del siglo XXI posterior a la pandemia del Covid-19.

Bilbao se está convirtiendo en una ciudad de funcionarios, jubilados, vigilantes jurados, camareros e inmigrantes que viven de las ayudas sociales. El motor de su desarrollo industrial y mercantil, antaño pujante, se detuvo hace cuatro décadas. Hasta la fecha hemos vivido de la energía residual acumulada en su volante de inercia. Pero eso también se acaba, más que nada por imperativo de las leyes de la física. He aquí, expuesto en pocas frases, el panorama: pensiones, ayudas sociales y sueldos precarios hacen que la riqueza disponible per cápita descienda hasta niveles que disuaden sistemáticamente a los inversores y golpean con dureza la autoestima colectiva de una ciudadanía que aun tiene viva en su memoria la prosperidad de otros tiempos.

Frente a ello, las instituciones reaccionan prolongando unas fórmulas que en otro tiempo resultaron exitosas, pero que hoy no prometen ir más allá del simple gesto. ¿De qué sirve urbanizar Zorrozaurre y crear una oferta nueva de vivienda que la gente no está en condiciones de comprarse porque no encuentra trabajo? ¿Y el proyecto de convertir una isla en sede de instalaciones universitarias para atraer a la juventud? Primero la juventud tendría que querer venir a una ciudad tan viejuna y aburrida como esta en que nos estamos convirtiendo. Y aparte de esto, tenemos los mantras habituales de la actual guía de estilo de lo políticamente correcto: la sostenibilidad, el lenguaje inclusivo, las transiciones ecológicas y demás. Todo ello contribuirá a generar un entorno más justo y saludable, qué duda cabe. Pero da la impresión de que en el fondo esos ideales no son más que pretextos para no ir más allá de su misma escenificación, evitando la molestia de tener que hacer frente a los verdaderos problemas de nuestra sociedad.

La autoridad municipal y la clase política parecen haberse resignado a la idea de gestionar el descontento de las multitudes. La realidad actual, por el contrario, lo que impone es un cambio de rumbo. Bilbao, el País Vasco y todo el Estado deberían apartarse de una mentalidad colectiva basada en el intervencionismo y en la socialdemocracia, para ensayar fórmulas que favorezcan el emprendizaje y la iniciativa empresarial. Dicho así, resulta crudo y hasta inadmisible para las sensibilidades ideológicas cultivadas por la política del último medio siglo. Pero al final no habrá más remedio. Tarde o temprano, la misma necesidad obligará a ello. Tanto en Madrid, como en Euskadi y Bruselas.

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