¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

La nueva y errónea visión geopolítica de la Casa Blanca

Biden y Xi Jinping

Desde que Joe Biden llegó a la Casa Blanca, la diplomacia mundial ha comenzado a marchar por unos derroteros que no presagian nada bueno. Para botón de muestra, los últimos enfrentamientos de Washington con Beijing y Moscú, y el modo en que el recién estrenado presidente intenta azuzar a los gobiernos de Europa para que hagan causa comun en una cruzada por la defensa de no se sabe bien qué idea difusa de la democracia o qué concepto de la civilización. China y Rusia son presentadas como estados canallas, intentando asimilarlas a aquel foco de subversión internacional y cárcel de los pueblos que fue la antigua Unión Soviética. El absurdo de la comparación se hace evidente cuando miramos de cerca la realidad. China es ciertamente una dictadura comunista al frente de la segunda -muy pronto la primera- potencia económica mundial. Pero no aspira a exportar su modelo político a otros países. En cuanto a Rusia, difícilmente podrá ser una amenaza para la paz del mundo cuando su gasto militar es once veces menor que el de Estados Unidos.

Con Donald Trump no había problemas, porque el antiguo y polémico inquilino de la Casa Blanca lo reducía todo a transacciones comerciales, susceptibles de ser resueltas mediante procesos de negociación en los que, de un modo u otro, todas las partes podían llegar a un acuerdo satisfactorio y salvar la cara. De este modo fue posible llegar a acuerdos provechosos con los chinos, con Vladimir Putin e incluso con un personaje tan difícil de manejar como el dictador de Corea del Norte Kim Jong Un.

Por el contrario la visión de Biden está basada en planteamientos ideológicos y cosmovisiones anticuadas, idealistas y difusas de los tiempos de la Guerra Fría. Con tales bases de negociación, las probabilidades de malentendidos y desencuentros son inevitables, al no existir puntos comunes entre las partes contratantes. Chinos y rusos podrían entenderse con Occidente mediante tratados comerciales y una aplicación estricta de las normas del derecho internacional. Pero cuando se mentan temas como derechos humanos, disidentes, o las fronteras de Ucrania, el conflicto está servido. Porque por razones históricas, culturales y de intereses de estado, esos pueblos tienen un concepto del mundo muy diferente del nuestro.

De este modo, las banderas atlantistas y las bravatas contra Putin y Xi Jinping con las que el nuevo presidente de Estados Unidos intenta marcar la diferencia en Europa, se convierten en presagio de nuevas tensiones, enfrentamientos diplomáticos e incluso guerras en un mundo global que, pese a todo lo que digan los ideólogos de la nueva administración demócrata, solo puede funcionar con un orden multipolar. Así lo ha demostrado la experiencia de los últimos años y Joe Biden no va a aportar nada nuevo al respecto.

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