¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

El techo de cristal

Christian Klein y Jennifer Morgan

En su edición de fin de semana, el diario económico Expansión publica un artículo en esta línea temática de la paridad entre hombres y mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas, que desde hace años es habitual en la agenda política de numerosos países -España incluida- y medios de todo tipo. Siento no poder añadir el enlace, ya que se trata de un contenido de pago. Quien a estas alturas siga sintiendo interés por un tema tan manoseado como este, puede comprarse la edición en papel. Pero al margen de una comparativa de la situación de la paridad en los consejos de las grandes empresas del Ibex35, advierto que no va a encontrar en sus páginas datos ni argumentos de interés, ni siquiera diferentes a los ya expuestos en los innumerables artículos, estudios, discursos y demás existentes sobre la materia. El trend-topic sigue siendo el mismo: el denominado “techo de cristal“, ese misterioso escudo de fuerza que, por más que se aprueben leyes y normativas favorecedoras de la igualdad, impide que en los consejos de administración la proporción de mujeres alcance los niveles paritarios que se persiguen desde hace años.

Lo más llamativo de todo el asunto, sin embargo, no es el fracaso de las políticas de igualdad en entornos directivos, sino la resistencia a admitir las verdaderas causas de que, pese a todos los esfuerzos realizados, aun exista ese techo de cristal. Pero es lógico que en una época tan hipócrita como la nuestra, pagada de su buen rollo buenista y de la corrección política, no se quiera mirar la realidad cara a cara. Y la realidad es que no se trata de una cuestión de normativas ni de cultura empresarial. La causa de que las mujeres no puedan avanzar hasta el ansiado 50% en los órganos decisorios supremos de la gran empresa tiene que ver con la misma naturaleza de la vida económica y de los agentes que participan en ella. Lo demuestra de un modo harto elocuente el caso de SAP, el conocido gigante europeo del software de gestión, y del fracaso de su jefatura bicéfala compuesta por los dos CEO el alemán Christian Klein y la norteamericana Jennifer Morgan.

Cuando Morgan dejó su puesto en la dirección compartida de SAP, hace un año, su salida fue cubierta por todo tipo de argumentos circunstanciales y corteses, relacionados con el Covd-19, el carácter transitorio de un experimento directivo que había comenzado como quien no quiere la cosa en 2017 y otras milongas por el estilo. En realidad, la renuncia de Morgan fue el resultado de una áspera lucha por el poder, contra un rival que la superaba en agresividad, potencia tractora, conocimiento interno de la empresa y que, por si fuera poco, contaba con el apoyo de un socio fundador y accionista del calibre de Hasso Plattner. Jennifer Morgan -que ahora trabaja para el consorcio financiero Blackstone- era y sigue siendo una de las ejecutivas tecnológicas más inteligentes y mejor capacitadas del mundo, simplemente no era capaz de rendir al mismo nivel que un verraco germano de mandíbula cuadrada, alimentado con salchichas y bendecido por la magia del tótem tribal.

Lo que sucede en los consejos de administración de las grandes empresas es precisamente eso. Se trata de un entorno duro, competitivo y cruel, un mundo creado por hombres y que, a pesar de la elegancia en el vestir y las colonias dandy, funciona con la misma lógica que los torneos medievales. Y eso no hay quien lo cambie porque de esta rudeza primigenia depende la capacidad de la empresa para ganar dinero y cotizar en las bolsas. No se me entienda mal. Esto no quiere decir que las mujeres no puedan acceder a consejos y puestos directivos. Siempre hay algunas lo bastante fuertes como para devolver golpes e incluso hacerse con el control. Pero la visión de gremios corporativos bajos en testosterona, inclusivistas y amablemente compartidos al 50% por miembros de ambos sexos no es más que uno de los muchos sueños insensatos de la actual cultura política. Y como la mayor parte de las fantasías realimentadas por la demagogia de las clases políticas y el bajo nivel de formación de las masas, terminará en el cubo de basura de la historia.

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