¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

¿Hay algo que Urkullu deba aprender de Ayuso?

Ayuso

¿Por qué la izquierda ha perdido Madrid? Porque sus programas y su estrategia no respondían ni de lejos a las necesidades reales de la situación. Combatía por una constelación de pretextos ideológicos, intereses ratoniles y mezquinas agendas ocultas de diversas facciones a las que solo une la ambición de hacerse con el poder en uno de los territorios claves del Estado, para luego distribuir sus recursos financieros en la típica orgía de gasto público y experimentos de ingeniería social típicos de la izquierda. Ya hace años que desde esos reales dejaron de hacerse propuestas útiles. Lo único que interesa hoy, pese a todo el buenismo y la demagogia de la que se hace gala, es conseguir dinero que permita financiar chiringuitos laborales para la legión de activistas que faenan en los variados sectores de la maquinaria electoral progresista: ONGs, corrección política, lenguaje inclusivo, reivindicaciones LGTB, feminismo radical, Memoria Histórica, animalismo, Transición Ecológica y otros ámbitos por el estilo, tan interesantes para el historiador de dentro de un siglo como improductivos para un hombre o mujer de la calle de hoy, cuya máxima prioridad consiste en llegar a fin de mes como sea posible.

¿Y por qué ha ganado Ayuso? Porque supo descender de la columna de Peridis para empatizar con los madrileños de a pie. Porque entiende que la ambición de un líder no puede ir más allá de la ambición de las gentes que le siguen, ni perderse en esas cumbres ideológicas que nos parecen ideales de una alta política, pero que en el fondo no son más que el eco de fallidos experimentos de transformación social que datan del ya polvoriento y más que caduco mayo del 68 francés, pero que siguen resonando entre las fachadas de piedra de una Europa vieja y en declive. Porque supo comprender a la perfección que el objetivo de la política no consiste en el poder por el poder, ni en conseguir pesebres para una tropa fiel, sino en perseguir eso que los politólogos al servicio del MI5 británico llaman «intereses legítimos del pueblo»: mantener abierta la hostelería, no imponer restricciones innecesarias de movilidad y permitir que Madrid siga siendo, hoy y en el futuro, un entorno atractivo para la inversión extranjera y favorable a la actividad empresarial, la iniciativa particular y el emprendimiento.

En Euskadi no vamos por buen camino. Durante años, el partido político en el gobierno se ha empeñado en generar un estereotipo de lo vasco basado en paradigmas identitarios con el objetivo de marcar una diferencia peculiar -naturalmente en sentido positivo- con respecto a todo lo que se extiende más allá de los desfiladeros de Pancorbo. Sin embargo, lo único que ha conseguido es levantar un parque temático, con su folklore y sus exhibiciones de deporte rural, sus parques tecnológicos vistosos pero deficitarios y un tejido empresarial en declive que, pese a todas las ambiciosas políticas de reindustrialización del Gobierno Vasco, continúa hundiéndose sin remedio. Desde el año 2000, la economía vasca ha crecido a un ritmo medio de poco más del 1 por ciento, cifra que ni siquiera basta para crear empleo neto. A cualquier gobernante regional de Europa se le caería la cara de vergüenza si tuviese que admitir eso en un foro político o una rueda de prensa.

Y todo ello sin mencionar el carácter intervencionista y cada vez más autoritario que el Gobierno Vasco viene desarrollando desde que comenzó la pandemia del Covid-19, con sus normativas surrealistas y contradictorias, sus restricciones de movilidad, sus toques de queda, cierres perimetrales y, finalmente, la temeraria, irracional y terca pretensión del Lehendakari de mantener a Euskadi aislada mientras en el resto del país decae el Estado de Alarma. No hace falta que sea yo el que responda a la pregunta que da título a este post. Cada cual que extraiga sus propias conclusiones. Existe un amplio sector de la población vasca -no solo entre los nacionalistas- que a lo largo de los años se ha dejado convencer por la propaganda oficial de que en Euskadi están los listos y en España los idiotas. Es hora de ir haciéndoselo mirar, porque podría resultar que fuese justo al revés.

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