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La vacuna china es mejor que las occidentales

Vacuna china

A estas alturas, quien lo dude acerca de la excelencia de la vacuna china, tiene un problema de hipoxia bozalis causa o, más probablemente, de prejuicios raciales. Prueba de ello es que cuando las infantas fueron a Abu Dhabi para visitar a su padre el Rey Emérito aprovechando de paso para vacunarse, el fármaco elegido por ellas no fue Pfizer-Biontech ni AstraZeneca, sino el de Sinopharm. Se intuye que la causa no fue que las otras vacunas escasearan, sino una decisión de las propias usuarias, conscientes de lo que hacían y bien informadas acerca de las ventajas e inconvenientes de los diversos medicamentos. Sabido es que la gente de alcurnia, por sus contactos y su influencia, dispone de un mejor conocimiento de la realidad que el ciudadano de a pie. Además, la Reina Emérita Doña Sofía de Grecia, madre de las infantas, pertenece al famoso Club Bilderberg y otros foros de postín. Es de suponer que en esos ambientes la gente, a la hora de informarse, no se limita a leer lo que le cuentan las agencias de prensa y las redes sociales, sino que recurre a testimonios de los más reputados especialistas internacionales.

Cuentan que el rey Federico II de Prusia, cuando quiso introducir la patata en sus dominios, se encontró con una terca resistencia por parte de un campesinado tradicionalista y borregamente conservador. Como las órdenes gubernamentales no bastaban, el monarca recurrió a un ardid. Hizo que en los campos reales plantaran patatas y dio orden a sus guardabosques para que hicieran la vista gorda cuando los campesinos entraran a poner cepos o robar leña.

En el transcurso de sus correrías, los labriegos descubrieron los tubérculos y se las llevaron a casa. Después de haberse regalado con un buen guiso, se les ocurrió pensar que, puesto que el rey cultivaba patatas en sus dominios, algo bueno debían de tener. Y así es como empezó a cultivarse la patata en Prusia. Todavía hoy, en recuerdo de aquella efemérides agrícola, los berlineses, además de coronas de flores, depositan patatas sobre la tumba del rey Federico el Grande en Potsdam.

El caso es que tanto el rey como los campesinos tenían razón. La patata es uno de los mejores productos que ha conocido nuestra economía agraria -si no, que se lo pregunten a los alaveses-. No hace falta ver a personajes de la realeza comiéndose una buena tortilla de patatas para saber que aquello va a misa. Por la misma lógica, si ves a dos infantas de España correr detrás de unos viales de vacuna fabricados por la industria química del Celeste Imperio, cuando menos es para pensárselo.

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