¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Por qué los comités de “expertos” tienen un perfil más político que científico

Expertos

Sorprende que no haya más gente preguntándoselo, siendo esta una de las principales causas de que la gestión de la pandemia del Covid-19 se haya convertido en un completo desastre. Es el signo de los tiempos, marcados por el mangoneo sistemático de la sociedad y la economía por una clase política que reemplaza la religión por la propaganda de los partidos y al clero por lechuguinos encorbatados o revolucionarios de moqueta con pantalón vaquero y moño. Y a todo eso, el pueblo encantado, igual que aquellos siervos medievales que echaban flores ante los caballos de sus señores cuando venían a cobrarse sus pernadas. Está claro que todo esto tiene que cambiar, si algún día queremos tener un auténtico Estado de Derecho y una democracia sana. Pero a lo que íbamos: supongamos que el gobernante nombra un comité compuesto por figuras técnicas de cierta reputación. Este grupo de (auténticos) expertos elabora entonces un catálogo de medidas fundadas en el estado actual de los conocimientos y la experiencia profesional obtenida en situaciones similares, y adaptadas a la naturaleza del problema sanitario.

Entonces a la clase política se le plantean dos problemas. Primero, algunas de las medidas -como los confinamientos selectivos- pueden resultar impopulares. Segundo, y más grave todavía, el programa de los expertos establece un baremo para sacar a la luz la incompetencia de los políticos en caso de que algo salga mal. Prensa y oposición dispondrían entonces de una apetitosa carnaza: que si vaya panda de inútiles, que si no les da vergüenza, que si los expertos recomendaron que se hiciera todo aquello, por qué no se hizo, y tal y cual. Es para evitar este tipo de riesgos por lo que los puestos clave de los comités no se asignan a doctores y epidemiólogos de prestigio, sino a esbirros de los partidos políticos y miembros del aparato.

Que carezcan de formación científica es lo de menos. Lo importante es que se trate de hombres y mujeres fieles, con dotes de persuasión y habilidad en el manejo del palo y la zanahoria, capaces de imponerse en cualquier debate y reorientar la actividad de una junta hacia la línea de acción que mejor dominan el presidente de gobierno o el líder autonómico de turno (Sánchez en el gobierno, Revilla en Cantabria, Urkullu en Euskadi o Francina Armengol en Mallorca): normativas surrealistas sobre el uso de la mascarilla, cierre de bares, un policía en cada esquina, toques de queda, controles a jubiletas en las estaciones del metro, etc. De este modo, la la incompetencia de las élites y la responsabilidad del líder quedan diluidas en una confusión de consensos, burocracia y desinformación centrifugada por el potente ventilador de la prensa a sueldo y las redes sociales afines.

Este es el ambiente en el que medran personajes nefastos como Fernando Simón o los golfistas y novilleros del LABI. Ni qué decir tiene que los problemas reales nunca llegan a solucionarse. Ni falta que hace. Las consecuencias del caos institucional las pagan aquellos colectivos que soportan la carga de trabajo a pie del cañón y no pueden defenderse, y cuyas protestas apenas hallarían reflejo en prensa y redes sociales: sanitarios, agentes de policía, profesoras de instituto, hosteleros, ciudadanos corrientes… De vez en cuando oímos hablar de algún médico que, cansado de todo ese teatro, abandona un comité de expertos para volver a la tranquilidad y la rutina de su consulta o su modesto puestito en un hospital. Un efecto de la presión que este sistema de comités impone sobre la conciencia de los pocos profesionales competentes y honestos que aun quedan.

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