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Por qué China vence al Coronavirus y nosotros no

China

Es la pregunta que todo el mundo se hace. China fue origen y foco de la pandemia. Allí se descubrieron los primeros casos. Desde allí, el Covid-19 se extendió al resto del mundo. Ahora, nueve meses después, lo lógico sería que en la fase de desescalada la periferia quedase liberada en primer lugar, mientras el epicentro aun estaría sufriendo rebrotes y complicaciones. Sin embargo, lo que se ve es justamente lo contrario. Mientras China parece haber vuelto a una relativa normalidad, los países occidentales aun no saben qué hacer con el #Coronavirus: sus economías están paralizadas, los profesores se declaran en huelga y las élites políticas adolecen de una falta de liderazgo y una incompetencia sin precedentes.

Y esto, ¿por qué es así? Obviamente en China no es oro todo lo que reluce. Algunos problemas quedan tapados por la censura y la propaganda de Beijing. Pero en trazos generales la diferencia en la situación, sobre todo con respecto a Europa, es tan colosal que merecería la pena el esfuerzo de hallar causas que la expliquen. La primera que se nos viene a la cabeza, por lo evidente, es que China ha tenido el acierto de enfocar y gestionar el Covid-19 como lo que realmente es: una crisis sanitaria, que precisa de medidas facultativas, conocimiento científico y organización. No una crisis política que se resuelve con propaganda y normativas burocráticas.

Lo que falla es precisamente eso. Lo podemos ver con total claridad en los ejemplos del Gobierno de España y la administración autónoma vasca. Disponemos de la generación mejor formada de toda la historia y de especialistas que pueden resolver problemas de cualquier tipo: técnicos, financieros, administrativos y de seguridad. Pero la organización -entendida como función tradicional de planificación, mando, coordinación, control y liderazgo gubernativo- es un completo desastre. Mirando a todo lo que nos rodea: la incompetencia de nuestros políticos, las contradicciones de la normativa, toda esa policía en las calles y lo que se publica en prensa y redes sociales, la impresión que se tiene del gobierno central y sus clones autonómicos es de unos cuantos pollos con la cabeza cortada correteando por el corral.

China, por el contrario, carece todavía en extensas partes de su territorio de la tecnología, las cualificaciones profesionales y la infraestructura que hace posible el funcionamiento de una sociedad moderna. Pero lo compensa una organización ejemplar y la capacidad de sus cuadros dirigentes para conseguir que un pueblo disciplinado y altamente motivado colabore con una estrategia gubernamental basada en medidas racionales y orientadas a la resolución de problemas. Que esto lo haya conseguido un régimen comunista antes que una democracia debería darnos que pensar acerca de cómo se están repartiendo las cartas del poder en el siglo XXI y el grado de decadencia en que se encuentran nuestras instituciones.

Lo irónico es que los procedimientos de gestión moderna nacieron en Europa, de la mente del ingeniero francés Henri Fayol (1841-1925) y otros teóricos de los métodos de trabajo modernos. Al parecer los chinos, fieles a su costumbre de aplicarse en el estudio de todo aquello que les pueda resultar útil, han encontrado en los libros de hace un siglo la solución a los problemas del presente.

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