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El Estado Emprendedor, libro interesante pero mediocre y trufado de topicazos kennedyanos

Mariana Mazzucato

Como resultado de la crisis del #Coronavirus, Mariana Mazzucato ha pasado a primer plano del pensamiento económico por un libro que en la época de su publicación inicial había destacado ya con cierta gloria. Ahora, con el protagonismo adquirido por los poderes públicos de las naciones industrializadas en la gestión de la pandemia, “El Estado Emprendedor” (RBA Economía, 2014) se convierte en una obra de referencia para políticos, asesores, académicos y tertulianos de izquierda. Por una parte con sobrado mérito y razón para ello, por otra, a sotavento de sus abundantes defectos, que después de una primera impresión favorable, lo dejan en el lugar que le corresponde: un producto de moda superficial y mediocre, como todo lo que sale últimamente de los think tanks de la izquierda liberal.

A la sombra de una brillante e irrefutable constatación de hechos -a saber, que las innovaciones revolucionarias de Apple, Microsoft y Tesla no proceden de la iniciativa privada sino de una milmillonaria inversión a fondo perdido llevada a cabo por los poderes públicos a través de agencias gubernamentales como NASA o DARPA-, la autora desarrolla una teoría bastante quebradizas y unas conclusiones del todo erróneas, que podrían causar no pocos problemas en caso de que algún gobierno europeo decida aplicarlas fuera del contexto cultural estadounidense al cual se refiere el libro.

Los dos grandes pases en falso de este libro: en primer lugar -algo imperdonable teniendo en cuenta la formación schumpeteriana de la autora-, Mariana Mazzucato ignora por completo la figura del empresario. Sin embargo, no solo las teorías de Schumpeter, sino la misma realidad histórica, demuestra que no son las políticas estatales ni las normativas (y mucho menos las teorías de los economistas), sino los empresarios, quienes ponen en marcha el motor de todos los procesos de transformación innovadora de la economía y del sistema capitalista. Esto siempre ha sido así, tanto en la Alemania de Guttenberg como en la Norteamérica de Henry Ford y Steve Jobs o la China de Reng Zhen Fei (fundador de Huawei).

El otro fallo capital está en que Mazzucato, transportada por inspirador arrebato digno de un tecnócrata de John F. Kennedy, atribuye al Estado una función creadora de nuevos mercados que no le corresponde. En realidad, los estados tienen su propia misión, asignada ya desde el principio de los tiempos por los designios de la historia, y por lo tanto inmutable: gobernar pueblos, proteger territorios, perseguir fines geopolíticos y asegurar el cumplimiento del contrato social. Pero no tienen por qué dirigir la economía, salvo en la medida en que ello ayude a las finalidades anteriormente mencionadas.

“El Estado Emprendedor” puede ser una obra interesante para dinamizar el debate en torno a la búsqueda de nuevas formas de cooperación entre el poder público y las empresas privadas en la era posterior al Coronavirus. Pero no pasa de ahí. Aunque tiene capítulos interesantes, carece de rigor, substancia y visión para formar parte del mismo anaquel de títulos inspiradores de una conciencia progresista informada, junto a libros de John Maynard Keynes o John Kenneth Galbraith.

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