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“Desescalada” y fin del confinamiento: antes de lo que pensamos

Confinamiento

Mientras la mayor parte de los países de nuestro entorno europeo disponen de planes para la reactivación de la economía y la vida social previa al #Coronavirus, en España los responsables de tomar decisiones peroran bizantinamente acerca de fechas, sectores de actividad, testeos de opinión pública y cambalaches políticos. El fin del confinamiento debería ser algo ordenado, no de un modo rígido sino atendiendo al criterio de poner en marcha primero aquellos ramos de actividad que pudieran suponer cuellos de botella para el despegue de los restantes.

Teniendo en cuenta que esto no es Alemania, y que a lo largo de la pandemia la clase política y las instituciones han mostrado un grado de incompetencia colosal, es posible que el regreso a las calles tenga lugar de un modo más rápido y espontáneo de lo que imaginamos. Desde hace días se ve más tráfico en las calles, a niños paseando con sus padres, menos mascarillas, una presencia policial reducida y algo más de soltura en la vía pública. En un momento dado veremos abierto el primer bar. Y de repente nos daremos cuenta de que hemos vuelto a la normalidad.

El proceso será gradual e irá in crescendo. En modo alguno tendrá el carácter caótico que algunos agoreros predicen. No lo dirigirán el Gobierno de la Nación ni las Autonomías. Las Fuerzas del Orden lo acompañarán en todo momento, pero no del modo cuasi dictatorial con que hicieron cumplir el Decreto de Alarma durante el confinamiento, sino vigilando solo en busca de situaciones anómalas, y con un número menor de efectivos que durante la cuarentena.

En un país donde el Estado es tan fuerte y el gobierno tan débil, el retorno a la normalidad se habrá de caracterizar, inevitablemente, por un discreto protagonismo de la sociedad civil y el despliegue de la iniciativa particular en todos aquellos ámbitos en los que sea necesario resolver algún problema. Al final la vida se abre camino. Los dirigentes deberían aprender de ello. Toda política eficaz está basada en aquello que Winston Churchill llamaba “intereses legítimos del pueblo”, y que, pese a lo rimbombante de la formulación, tiene que ver más con panaderías y supermercados que con programas ideológicos o cuestiones de soberanía.

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