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Royal Sussex: la marca comercial de Meghan y Harry

Meghan Markle y Harry

El caso de Meghan Markle y el Príncipe Harry es una de esas historias en la que todo es al revés de como lo cuentan. No hay intrigas palaciegas, ni reinas malvadas ni ambiciones trepas de malas actrices. Tampoco vagos que viven a costa del dinero público, ni mucho menos se trata de una reedición de la polémica desatada hace tres décadas en torno a la legendaria Lady Di. Que por cierto, en aquel conflicto a tres bandas entre la realeza británica, la Duquesa de York y la prensa rosa, las cosas tampoco fueron lo que parecían. Pero se trata de otra historia. Nosotros a la de ahora. En un paper publicado por la editorial Lund University en 2004, los economistas John Balmer, Stephen Greyser y Mats Urde explican que las monarquías parlamentarias funcionan como marcas comerciales. Como tales, se hallan expuestas al mismo tipo de inconvenientes que pueden afectar a su popularidad y su valoración financiera, como escándalos, mal comportamiento de los directivos y campañas de difamación. La Casa Real Británica (con su núcleo principal en las personas de la soberana Isabel II, el Príncipe Carlos y el Príncipe Guillermo) viven de su prestigio. Todo aquello que lo afecte, tiene también la capacidad de afectar a la política y la economía del Reino Unido, en medida mucho mayor de la que uno podría imaginarse.

La Casa real británica mantiene un registro de proveedores recomendados a los cuales otorga una distinción denominada «Royal Warrant«. En este listado figuran unas 800 empresas, la mayor parte de ellas británicas, que se dedican a los más diversos objetos sociales, desde la confección de banderines festivos (Ormrod) hasta los sistemas de seguridad pasado por el sectores como catering, veterinaria, vestimenta, albañilería y servicios varios. Para obtener el Royal Warrant es preciso haber sido homologado como proveedor de la Casa real durante 5 de los últimos 7 años. Y como es lógico, para las empresas este sello exclusivo representa una incremento de valor considerable en sus fondos de comercio.

Por poner un ejemplo, hay en Alemania un contratista (Air Glaze Aviation) que se dedica a pintar aviones. Que el palacio de Buckingham le encargue el mantenimiento del aspecto externo y la protección de la chapa de los helicópteros que trasladan a la Reina no solo supone un buen negocio. También abre las puertas a un círculo de clientes exclusivos que pagan igual de bien: jeques árabes, magnates de las finanzas, el Air Force One de Estados Unidos… Sumando en toda la economía, el valor agregado del Royal Warrant podría ascender -según cálculos de la consultora londinense Brand Finance, especializada en marcas comerciales-, podría ascender a una cifra en torno a los 40.000 millones de libras.

Meghan Markle y el Príncipe Harry no son idiotas y se han dado cuenta de este fenómeno, probablemente incluso antes de casarse. Depender del dinero público de la Gran Bretaña y la mísera propina de la abuela es un mal negocio cuando se puede acceder directamente a la fuente del dinero. Los motivos de su decisión de apartarse de la realeza británica, que tanto debate y exaltación están desatando en tertulias televisivas y prensa del corazón, no obedecen al despotismo y al carácter manipulador de la reina Isabel II, ni a la inconsciencia de un príncipe holgazán camelado por una starlette de Hollywood. Por el contrario, los impulsos de fuga responden al deseo de adquirir una independencia personal que les permita explotar una auténtica mina de platino, libres de cualquier complicación política o legal.

Además, en la época de las redes sociales e Instagram, esos efectos negativos se ven compensados de sobra -no necesariamente en los mismos bolsillos- por los ingresos de la publicidad on line. Millones de fans se encargan de hacer realidad este prodigio. Basta con que Kate Middleton u otro miembro de la Familia Real publique en Instagram una foto exhibiendo el último artículo de L.K. Bennet, Reiss o Whistles para que las existencias se agoten en cuestión de minutos. Al final, podría resultar incluso que la espantada de la pareja no solo no perjudique a la Casa Real Británica, sino que incluso contribuya a aumentar su popularidad como marca.

Consta que Meghan Markle y Henry Windsor, Duques de Sussex, tienen registrada su propia marca comercial (Royal Sussex) desde hace tiempo en Gran Bretaña. También han solicitado su registro en la Unión Europea, Canadá y Estados Unidos.

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