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Torre Bizkaia, un edificio de lo más normal

Torre Bizkaia

Pese a estar situado en pleno centro de Bilbao y a la vista de todos, el proyecto de la torre BBVA no ha llamado la atención en la misma medida que otras aventuras urbanísticas del pasado en la Noble Villa -Torres Isozaki e Iberdrola, viviendas de Garellano, saneamiento de la Ría, no digamos ya el mismo Guggenheim. ¿A qué se debe ese déficit de protagonismo? ¿Falta de publicidad? ¿O es que simplemente el edificio no tiene substancia para destacar? Quizás ni siquiera tenga el propósito de hacerlo. En primer lugar, el proyecto es más “normal”, es decir, tiene menos ambiciones de actuar como “catalizador” de transformaciones económicas y sociales y demás palabrería de gurús. Se trata, sin ir más lejos, de una renovación estructural y de fachada, imprescindible al cabo de los 50 años que lleva ya en pie este emblemático edificio que, sin darnos cuenta, inauguró la era del Nuevo Bilbao en pleno postfranquismo, antes de Gorordo, Frank Gehry y todos los que vinieron después.

La combinación de utilidades a la que se quiere dedicar el edificio, tras la mudanza del BBVA a otras sedes administrativas, es típica de los nuevos postulados urbanísticos: la mezcla de funciones. Por un lado, dependencias de la Diputación Foral, concentradas para facilitar trámites y reducir costes. Por otro lado, cinco plantas dedicadas a Primark, una especie de Ikea irlandés para prendas de vestir y complementos. El único aspecto realmente innovador de la Torre Bizkaia lo constituye el vivero de empresas, con cuatro plantas (y opción de ampliar hasta un total de ocho), destinado a proyectos de startups y nuevas tecnologías.

Para los críticos, esta mezcla de funciones puede resultar poco sinérgica. ¿Qué tiene que ver la ropa barata con los funcionarios forales (con un sueldo que les permite comprar en sitios más distinguidos) y un montón de universitarios cacharreando con portátiles y wearables? Para entender la utilidad de cualquier proyecto basado en la mezcla de funciones -en oposición a la dispersión geográfica de las mismas- hay que considerar los efectos de la Torre Bizkaia en un contexto más amplio y no limitado al propio edificio y sus alrededores.

Las claves son evidentes: situación urbanística, facilidades de transporte, ahorro de costes, disminución de impactos ambientales, etc. Frente a las ventajas prácticas, las pretensiones innovadoras y de modernidad se convierten en algo secundario. Con seguridad podemos decir que la Torre Bizkaia, que tiene más de negocio inmobiliario a la vieja usanza que de lección de urbanismo estrella, no hará de Bilbao un segundo Silicon Valley. Tan solo resolverá problemas de gestión. Y algo importante: también contribuirá a dinamizar algo más el sector servicios en el centro urbano.

Desde este mismo momento me atrevo a pronosticar que los impactos más relevantes de la Torre Bizkaia tendrán lugar en el sector hostelero de la zona. Porque con tanto funcionario, con tanto cliente de Primark y tanto emprendedor, las cafeterías de la zona no van a dar abasto. Lo cual es típico del país en que vivimos: el talento vasco es muy de andar por casa. Por mucho que invirtamos en el BEC, en el Kursaal, en Industria 4.0 y en internacionalización de empresas, no somos capaces de poner en marcha un proyecto empresarial de alta tecnología que sea rentable. Pero eso sí, bares y restaurantes siempre estarán llenos hasta la bandera. Del Athletic, por supuesto.

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