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Halloween en Bilbao: odiamos a los americanos pero hacemos lo mismo que ellos

Halloween

Según encuestas, España es uno de los países europeos en los que más pesan el sentimiento ideológico de izquierdas y el antiamericanismo paleto. Esta guía de estilo fue fabricada por la intelectualidad progresista de los años 60 y 70 para apoyar moralmente a las revoluciones latinoamericanas y los procesos de descolonización. Sin embargo, la fobia contra todo lo relacionado con la bandera de las barras y estrellas es selectiva. Nadie que esté en su sano juicio, por podemita que sea, renunciaría a su iPhone 11, sus pantalones vaqueros, su cuenta de twitter o una pizza bien horneada. Y para hacerse el kalimotxo, hasta el más estoico e ideológicamente comprometido becerro de EH-Bildu sigue necesitando su lata de coke.

¿Y qué hay de Halloween? Basta haber salido a dar un paseo por las calles de cualquier otra ciudad española durante los últimos días para advertir la intensidad de este fenómeno de disonancia cognitiva. Bandadas de niños disfrazados, padres perdiendo el resuello por complacerles, y al mismo tiempo sacando ellos mismos partido de la situación. Cuando eran pequeños, esto no lo pudieron vivir más que a través del cine. Ahora, sin embargo, no se trata de películas, sino de una gratificante realidad, en pleno centro de Bilbao. El más conmovedor de estos momentos lo experimentó quien esto escribe mientras hacía cola en la caja del Eroski. Imagínense: en un supermercado vasco tristón y de lo más cutre, de pronto entra un grupito de colegiales disfrazados de Freddy Kruger, las niñas de El resplandor y un zombie sin identificar, gritando a la encargada: «¡Truco o trato!» Puesta a mano había una reserva estratégica de caramelos para cubrir la contingencia.

La gente era feliz, de modo que no seré yo quien critique el papanatismo de las masas. Además, se ha logrado convertir un icono de la moderna cultura popular de masas venida del otro lado del charco en un medio eficaz para neutralizar la agobiante solemnidad vasca del día de Todos los Santos. Los niños lo pasaban bien. Los adultos también se disfrazaron, hasta el punto de que la Policía Municipal de Bilbao tuvo que avisar en Facebook de que, a no ser que midas menos de un metro cincuenta, llevar uniforme de agente del orden es delito, incluso en una noche tan especial como esta. Todo fue tan perfecto como en un telefilme de sobremesa, de esos que las productoras alemanas fabrican a carretadas con la única finalidad aparente de venderlos a las cadenas de televisión autonómicas de España.

Afortunadamente para los intelectuales progresistas, la desviación de la línea editorial es transitoria. El lunes regresa todo a la normalidad. Volveremos a cebar el ganso con lo que toca en una campaña electoral saturada de topicazos neomarxistas, corrección política y memoria histórica. A partir de ahora, imperará nuevamente el espíritu de contracruzada contra Vox y las propuestas librecambistas de Isabel Díaz Ayuso, salpimentada allá por alegres pizcas de bolivarianismo crepuscular y guiños mediáticos a Greta Thunberg. Menos mal que seguimos siendo gente seria, muy de izquierdas y eso. Lo nuestro es Cuéntame, Ana Belén y Victor Manuel y los documentales de la 2, esos que tratan sobre campos de concentración nazis y la Gran Depresión de los años 30. Que nadie se confunda. Pese a ocasionales y aparentes muestras de banalidad, que en gran parte sirven para liberar tensión, seguimos estando en guerra cultural contra Donald Trump y el Franquismo.

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