¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

La inseguridad ciudadana en Bilbao pone a prueba el liderazgo del alcalde

Aburto

Cuando el Alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, tomó el relevo de lo que parecía un listón difícil de superar -la Era Azkuna-, todos sabíamos que su legislatura iba a ser contradictoria. Por una parte, la ciudad se encontraba como quien dice terminada, al menos de puertas afuera, sin deudas, con equilibrio presupuestario, orden en las calles, aire limpio y excelentes cotas de puntuación en los rankings de calidad urbana. Podía darse por descontado que el nuevo período iba a ser una prolongación del anterior, y que todo el trajín municipal se limitaría a una sabia y prudente gestión de lo heredado. Los que entienden algo de la historia no necesitan argumentos para entender lo ilusoria que es este tipo de impresiones de normalidad. A un nivel vital y propio de toda biografía política, existían otros riesgos menos perceptibles pero no menos sustanciales: el nuevo alcalde sabía que como vara de medir le iban a aplicar el paradigma del anterior. No pudiendo superar a Azkuna en algunos aspectos, Aburto era consciente de la necesidad de marcar la diferencia. Tenía que desarrollar un estilo propio de liderazgo y un sello de identidad personal que le permitiese establecer contacto con la ciudadanía en términos medibles por la única escala que a partir de ese momento debía interesar: la suya propia.

Y, efectivamente, Juan Mari Aburto ha sabido marcar la diferencia. Desde el principio acertó negándose a imitar a su predecesor. Consciente de sus puntos débiles, y no sin cierta dosis de coraje, decidió presentarse ante la ciudadanía de Bilbao como lo que realmente era: un alcalde “happy”, entrado en kilos, sociable, campechano y perfectamente caricaturizable. Le daba igual lo que la gente pensara de él. En este talante, sin descuidar sus excelentes dotes de gestor, los vecinos de esta Villa, que se metían con él en páginas web, muros de Facebook y otras tribunas cutres, no solo dejaron de ridiculizarle. Con el tiempo se acostumbraron a su presencia y llegaron a aceptar el estilo de la nueva legislatura. Más adelante, por causas de alguna complicación de salud que no interesa conocer, o bien porque él mismo lo decidiese, por motivos de salud o simple preferencia personal, presenciamos su cambio físico, revelador de un estricto régimen alimentario y de ejercicio físico que no debe ir desprovisto de sufrimiento, y que da fe de la capacidad de Juan Mari Aburto para disciplinarse en aras de un objetivo conscientemente asumido. Esta decisión de ponerse a dieta y cumplirla con voluntad férrea ha mejorado mucho la imagen pública del alcalde. Un hombre capaz de vencerse a sí mismo es de entrada un hombre que merece mandar.

Si los acontecimientos fuesen predecibles y ajustables a hojas de ruta elaboradas por los burócratas del Ayuntamiento, qué duda cabe que podríamos trazar ya una evolución positiva para el resto del mandato municipal. Sin embargo, en la vida los mayores riesgos no se presentan en lo que no queremos hacer bien, sino en ese tipo de imprevistos que Donald Rumsfeld, antiguo Asesor de Seguridad Nacional del presidente George W. Bush durante la guerra de Irak, llamaba “desconocidos desconocidos”, es decir, lo que no sabemos que no sabemos. En Bilbao nadie previó la oleada de inseguridad ciudadana, actos criminales, robos, destrozos de propiedad pública y violaciones perpetradas por bandas de delincuentes juveniles de un tiempo a esta parte.

La actual oleada de violencia -principalmente contra mujeres-, y la ineficacia que las instituciones públicas demuestran a la hora de hacerle frente, no solo es el problema más grave de Bilbao en los días que corren. También ha dado al traste con los esfuerzos del Alcalde por marcar la diferencia. Ayer la ciudadanía tenía tiempo para cultivar su idilio con el primer edil de esta Noble, Leal e Invicta Villa. Hoy vive agobiada por el temor, la ira y otros problemas que, como de costumbre, llegan a remolque de los que ya tenemos aquí. No se dan ya las condiciones para que un alcalde happy forme parte de la imagen identitaria de Bilbao, en los mismos términos que otros iconos entrañables como la Fuente del Perro, el Guggenheim o el Athletic de Bilbao.

Con los últimos actos criminales, consistentes en la violación de una mujer por una manada de agresores argelinos en el Parque Etxebarria, comienza un nuevo período de la legislatura en curso. Juan Mari Aburto, y con él todo su equipo de gobierno, se hallan en el banco de pruebas. Ya no se trata de marcar la diferencia, ni de pulir la imagen, ni de desacostumbrar a la ciudadanía de esa irritante tendencia a establecer paralelismos y comparaciones con el difunto Iñaki Azkuna. Hoy se trata de otros valores más propios del hacer político: liderazgo, acción eficaz, realismo y, sobre todo, de demostrar al ciudadano que sus suposiciones acerca de la incompetencia de los funcionarios municipales no han sido más que un transitorio error de percepción. Eso no son ya carteles de propaganda electoral, ni paellas en el Arenal, ni pañuelos azules al cuello en la semana Grande. Eso son palabras mayores.

El guante ha sido lanzado y está ahora a los pies de Juan Mari Aburto.

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