¿Cuál es la Historia?

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Artistas alrededor de la luna: una esperanza para el Japón

Yusaku Maezawa

Hacia el año 2020, si Dios quiere, el hombre volverá a la luna, medio siglo después de que Neil Armstrong la pisara por primera vez. Pero esta vez la aventura no está financiada por los fondos públicos de una gran potencia, ni es el resultado de un proyecto de cooperación internacional. Es el capital privado el que la respalda, a través de la empresa SpaceX del carismático y comprometido Elon Musk. ¿El protagonista de la historia? Yusaku Maezawa, un japonés pequeño y feo que ha hecho miles de millones en el negocio de la moda por Internet. ¿Su intención? Convertir este viaje en algo más que un capricho personal. Maezawa plantea su aventura vernesca de circunvalación a la luna con viaje de vuelta -es dudoso que la tecnología y los recursos económicos de una empresa privada permitan llevar a cabo un aterrizaje con módulos lunares como los del proyecto Apolo- en clave de experiencia ecuménica. Con él irán invitados siete artistas de renombre, a los que como compensación por tan exclusivo billete tan solo se les pide que a su regreso den rienda suelta a sus energías creativas para plasmar en unas cuantas obras las impresiones del viaje.

La afición de Maezawa por el arte es más que un postureo de nuevo rico. Antes de financiar la expedición lunar de Elon Musk, había pagado más de 100 millones de euros por un cuadro del artista grafitero Jean Michel Basquiat. Ni qué decir tiene que, con todas estas extravagancias, su estridente individualismo y lo vertiginoso de su carrera empresarial como fundador de Zozo -el mayor minorista de moda on line del Japón-, que en pocos años le ha llevado de ser un don nadie a dueño de una fortuna valorada en 2.000 millones de euros, Maezawa da la nota en el aburrido e igualitario ecosistema cultural japonés. Más que un unicornio de la Nueva Economía, recuerda a uno de aquellos personajes que por un breve tiempo dominaron la escena social, antes de sucumbir en el estallido de la burbuja financiera nipona de los años 90.

El potencial disruptivo de Maezawa no es económico, sino cultural. Se alimenta del inconformismo, de la extravagancia, de una originalidad llevada a sus últimas consecuencias. Para nosotros se trata de algo anecdótico, por no hablar de que para subirse a una cápsula espacial e ir hasta la luna hace falta algo más que poner dinero encima de la mesa y dar ruedas de prensa. ¿Y si al final todo esto no resultara ser más que una gigantesca fanfarronada? Pero eso no es lo que interesa. Lo importante es el impacto de este tipo de ejemplos en una cultura japonesa, que todavía sigue dominada por paradigmas feudales y una ética de trabajo puritana. Esto era algo bueno en el siglo XX, donde la clave del éxito residía en los sistemas económicos organizados sobre un principio de hiperespecialización industrial. En la actualidad, lo que manda es la capacidad para moverse en la cambiante frontera de la innovación disruptiva. Los japoneses son conscientes de esto. Por ello no solo toleran a personajes como Yusaku Maezawa; además, querrían que hubiese otros cien o doscientos como él.

Hay analistas políticos que opinan que la burbuja financiera de los años 90 fue pinchada a propósito por el gobierno de Tokyo para evitar que los estrambóticos personajes que se habían enriquecido de la noche a la mañana con sus negocios de bolsa e inmobiliarios desestabilizaran la sociedad japonesa. Simplemente no se podía tolerar que unos cuantos operadores de bonos, capos de la Yakuza, propietarios de bares, mujeres de la limpieza y otra chusma por el estilo marcasen la pauta en el disciplinado y clasista Imperio del Sol Naciente. Pero como se pudo comprobar después, fue peor el remedio que la enfermedad, porque desde entonces el Japón vive sumido en la mayor depresión económica de toda su historia, y 25 años después del hundimiento, sigue sin levantar cabeza. Yusaku Maezawa, con sus pujas millonarias en subastas de obras de arte, su colección de coches de lujo, sus ligues mediáticos y su pretensión de circunvalar la luna a bordo de un estudio de arte volante, puede ser un elemento perturbador. Pero los japoneses saben que no es el mejor momento para cometer el mismo error. Y Maezawa también lo sabe.

El Japón no necesita dinero barato ni gasto público para recuperar la prosperidad de antaño y volver a ser alguien en el mundo globalizado del siglo XX. Lo que necesita es un nuevo tipo de hombre -o de mujer-: no gregario ni servilmente disciplinado, sino creativo, individualista, innovador, capaz de liderar. Lo que buscan es una especie de héroe que combine la predisposición occidental hacia la acción con el espíritu contemplativo asiático. Aunque genere algunas estridencias, como este pequeño Cantinflas metido a astronauta. La aspiración de disponer de este tipo de personas es algo que se refleja de manera recurrente en el cine japonés de nuestros días. Soy de los que opina que hay que estar muy atentos a este tipo de fenómenos en el Extremo Oriente. Porque es posible que en las próximas décadas, pese a la preponderancia cuantitativa china, el Japón aun tenga mucho que decir.

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