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Cerrar la hostelería es pegarse tiros en el pie

Cierre de la hostelería

Bares y restaurantes, cuando están bien gestionados, suelen ser buenos negocios. No del tipo que permite enriquecerse con rapidez a su propietario o a los inversores que han puesto dinero en él. Pero sí de esa clase que -no sin una dedicación constante y esfuerzo continuado- hace posible pagar facturas, hipotecas, seguros médicos e incluso los estudios universitarios de los hijos. Por no mencionar la cantidad de empleo directo e indirecto que crean: camareros, cocineros, proveedores, repartidores, puestos de mercado, agentes comerciales, agricultores, ganaderos y un largo etcétera que se extiende por todo el tejido económico local. Las medidas de cierre decretadas por el Gobierno Vasco, y prorrogadas hasta después del puente de diciembre, constituyen un desastre de incalculables consecuencias no solo para la sociedad, sino también para el mismo poder público. Los efectos se están haciendo notar ya en forma de una drástica reducción en los ingresos de las Haciendas Forales. Y esto no es ningún castigo del Señor: quienes mandan, recogen lo que lo que han sembrado. También el pueblo, le guste o no.

El cierre masivo de establecimientos de hostelería y restauración, con sus secuelas de paro, depresiones, ansiedad, pérdida de sueño, caída de defensas, ansiedad y pequeños dramas domésticos en gran número de individuos que trabajan en los sectores afectados, tendrá unas repercusiones sociales y psicosanitarias mucho más graves que cualquier daño que el Covid-19 pueda causar. Esto es algo en lo que no han pensado las élites dirigentes de Euskadi -que no tienen problema para llegar a fin de mes-.

La mayor parte de los establecimientos hosteleros podrían haber continuado funcionando perfectamente y sin problema con el mismo tipo de medidas que se aplican en otros negocios de atención al público. Sin embargo, en su obsesión por apuntarse un tanto que se refleje en la estadística y permita alcanzar unos objetivos políticos que están muy por encima de las preocupaciones y del interés cotidianos de la ciudadanía, el Gobierno Vasco dirige hacia abajo el cañón de su escopeta normativa y se pone a disparar a discreción contra los pies de todo el que encuentre a su paso.

Son de una malignidad realmente estúpida las justificaciones que muchos van aireando por ahí para no hacer frente a la realidad de unas medidas injustas y equivocadas: que se hace por nuestro bien, que la sociedad tiene la culpa de lo que pasa por no cumplir las normas o incluso que, viendo la magnitud del desastre actual, deberíamos estar agradecidos a nuestros políticos porque el mal que han evitado habría sido mucho mayor. Estas valoraciones ramplonas de los decretos de cierre y los toques de queda confirman un rasgo muy característico de la naturaleza humana: el riesgo acomodaticio y la tendencia al conformismo. Por lo demás, ya nos lo advirtió San Ignacio de Loyola: quienes no se esfuerzan por vivir como piensan, terminan pensando como viven.

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