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Torre Bolueta: arquitectura defectuosa en Bilbao

Torre Bolueta

Las recientes declaraciones del consjero Iñaki Arriola diciendo que la culpa de lo que pasa en la Torre Bolueta la tiene el «cambio climático» han levantado ampollas. A la ciudadanía ya no le deberían quedar dudas acerca del nivel de los cargos políticos que copan los puestos de la administración: gente de su partido político (sea cual sea), mediocre, sin formas ni preparación, y echada a perder por el gretismo y otros tópicos ideológicos de nuestro tiempo. Dicho esto, y para ser justos, conviene recordar que ni el consejero Arriola -ni por supuesto el cambio climático- tienen culpa de lo que sucede en Bolueta. La causa de que los ocupantes de ese edificio, al que no hace ni un par de años la propaganda oficial del Gobierno Vasco ensalzaba como el gran triunfo de nuestra moderna arquitectura bioclimática, habría de buscarse más bien en la incompetencia, la irresponsabilidad y la racanería de quienes dieron su visto bueno al proyecto.

El edificio está dimensionado para las latitudes del norte de Europa. Bilbao tiene una temperatura anual media de 15 ºC, muy superior a la de ciudades como Helsinki o Minsk. Para que la construcción cumpliese su cometido de un modo satisfactorio, habría bastado encargar a un estudio de ingeniería que hiciese una simulación con vistas a realizar las necesarias modificaciones en el plano. Y no habría salido excesivamente caro: cuestión de algunos cientos de miles de euros, que habrían ahorrado millones y evitado a la administración pública las responsabilidades civiles a las que terminará haciéndose acreedora por culpa de este fiasco. Por no hablar del bochorno de un edificio que fue concebido para el ahorro energético, y que ahora necesitará de un costoso y altamente contaminante sistema de climatización a base de electricidad tomada de la red pública.

Démonos cuenta de que se trata del mismo error que cuando se hizo el estadio nuevo de San Mamés y un 15 por ciento de los socios del club descubrió que estaba condenado a mojarse los días de lluvia porque el promotor no quiso gastarse 10 milloncetes de más en una cobertura adecuada. En Euskadi ya no hay afición por el detalle y el trabajo bien hecho. Las viejas virtudes vascas de la eficiencia, el sentido comun y la satisfacción del trabajo bien hecho se han perdido. Ahora todo es terminar la cosa tan rápido como se pueda, pasar el cazo y salir corriendo.

Esa es la triste verdad: tenemos consejeros incompetentes y bocones, una clase política mediocre, una administración intervencionista y burocratizada, y una ciudadanía echada a perder por la autocomplacencia y el partidismo ideológico. Bilbao lleva camino de convertirse en una ciudad de funcionarios y vigilantes jurados -camareros ya no los hay, por culpa de la normativa contra el Coronavirus-. Ojalá que la tragedia del Covid-19, con sus nefastas consecuencias para la economía y el bienestar del pueblo, sirva como terapia de choque. En estos momentos es lo que más falta hace.

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