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Pablo Iglesias: el hombre del momento

Pablo Iglesias

Quien haya seguido durante los últimos años la política española con ojo crítico, atento a los detalles entre líneas y no dejándose llevar por el seguidismo ideológico de las diversas facciones, tan típico de este país, habrá observado algunos fenómenos curiosos. Líderes que parecían asentados sobre la columna de Peridis y llamados a mangonear a la Nación durante décadas (Aznar, Rajoy, y más recientemente la joven promesa Albert Rivera) se derrumbaban de la noche a la mañana, mientras otros que parecían salidos de la nada o desahuciados por la fortuna (Zapatero, Pedro Sánchez o Santiago Abascal), de repente se convertían en presidentes del gobierno o pivotes clave para el funcionamiento del sistema político. ¿Fueron burlas del destino? ¿Cuestión de suerte? ¿O simplemente que algunos hombres hacen las cosas bien y otros llevan la muerte escrita en la frente?

Entre estos inesperados y disruptivos ascensos a la cumbre, el de Pablo Iglesias merece atención. No solo por la cantidad de normas y estereotipos que se salta, sino también por la existencia de interesantes prolegómenos: una cultura política familiar de orígen republicano, extendida a lo largo de tres generaciones, que se remonta al Franquismo. Y además, una estrategia de autopromoción personal seguida con método y constancia a lo largo de los años. Poco vamos a decir sobre los antecedentes biográficos de Pablo Iglesias. El único detalle interesante es que su licenciatura de derecho se la debemos al deseo de seguir el ejemplo de su madre, María Luisa Turrión, abogada laboralista al servicio de Comisiones Obreras. Esto nos dice, que nos encontramos ante un hombre que valora el sentido de lo familiar, y se ha cuidado mucho de que su biógrafo de la Wikipedia no lo pase por alto. Por otra parte, estudiar leyes le ha venido bien, como lo demuestran las frecuentes victorias cosechadas en el Juzgado frente a todos aquellos que quisieron agredirle con injurias o vincularle con la presunta financiación ilegal de Podemos.

La verdadera sorpresa, sin embargo, fue su licenciatura en Ciencias Políticas, conseguida en tiempo record y con nota de sobresaliente. Posteriormente se doctoró con un interesante trabajo sobre la acción política en la era post-nacional y ha sido autor de varios libros en los que expone su visión del mundo. También escribió en blogs algunos posts, bastante cutres y pedantes por cierto, sobre temas como sionismo, visiones políticas del siglo XX, glosas de algunos intelectuales de izquierda y otros por el estilo. A la luz de toda esta actividad, no quedan dudas de cuál era su verdadera vocación: la política.

La política pero no como pesebre de señoritos, ni como salida para los incontables analfabetos funcionales que produce el sistema educativo español. Para pablo Iglesias la política es objeto de estudio científico, trampolín para el desarrollo de una actividad algo más elevada que, mirándolo bien, no cuadra mucho con el perfil de ese mercachifleo de influencias chapucero y tosco que en España no es más que una profesión de vagos, como en su tiempo lo fue la portería. En este aspecto se puede decir que Pablo Iglesias no es un político al uso. A día de hoy, tras haberle visto tan desgastado y bajo de forma en los debates de las dos últimas campañas para las Elecciones Generales de abril y noviembre de 2019, da la impresión de que ni siquiera le atrae la política. Al menos la política tal y como la conocemos, con todo su ruido y vulgaridad, sus tópicos, zancadillas y banalidades.

A Pablo Iglesias lo que realmente le gustaría es retirarse a su vida privada, escribir libros, promover nuevos programas de televisión y dedicarse a su recién creada familia. Esos son sus más fervientes deseos. Si ahora está en el centro de atención y a punto de convertirse en Vicepresidente del Gobierno, no es por su gusto, sino porque tiene que hacerlo. No le queda más remedio. Se ha comprometido con una serie de líneas de acción determinadas -cabalgando sobre esas contradicciones de las que él mismo habló en cierta entrevista que le hicieron- y tiene que cumplir con ellas, le guste o no. Porque la dialéctica obliga y la mecánica de la vida es así.

Factor fundamental en el ascenso de Pablo Iglesias han sido dos de esas líneas de acción con las que estuvo comprometido, y probablemente lo sigue estando. Por un lado, su vertiente de showman mediático, con su presencia en programas como La Tuerka y Fort Apache. Aquí se puede decir que ha roto esquemas, puesto que en su visión de las cosas importa más el mensaje que el mensajero -probablemente la razón por la cual ha descuidado de un modo tan sorprendente su forma de vestir e incluso su aspecto físico, dejándose esa coleta tan estrambótica que constituye ya parte irrenunciable de su personalidad, o negándose a ir al dentista para que le arregle la sonrisa con una simple operación-. En los medios y la escena pública, pablo Iglesias tiene consciencia de ser único. Sobre esto no hay nada más que decir. Se trata de algo innegociable y punto.

La otra faceta que ha contribuido al éxito de Pablo Iglesias es la de agente, agitador e intrigante al servicio de intereses geopolíticos de potencias como Irán, venezuela y, probablemente, también Rusia. Los detalles no son conocidos pero la vinculación es un hecho. Y resulta de vital importancia para un país como España que depende en gran medida del petróleo para el abastecimiento de sus necesidades energéticas. A día de hoy, nadie -salvo el propio Iglesias- sabe lo que se ha movido por esos patios traseros de la geopolítica española y los negocios triangulares con países miembros de la OPEP. De puertas adentro, Pablo Iglesias también se encargó de gestionar y canalizar el descontento de los movimientos de protesta del 15-M de manera que no resultara demasiado destructivo para el Estado y el statu quo político español. Repasen las hemerotecas y redes sociales de hace algunos años. Se encontrarán con que algunos de sus más fentusiastas acólitos de Podemos se quejan porque las concentraciones no tienen lugar en las zonas más céntricas y visibles de Madrid, donde más daño podrían hacerle al sistema, sino en capitales de provincia y otros anduriiales periféricos. Todo esto, y otros servicios que no conocemos, ha contribuido sin lugar a dudas a alimentar ese aura de imprescindibilidad que tiene hoy día el personaje.

En resumen, que Pablo Iglesias, para bien y para mal, para propios y extraños, es una de las personalidades más interesantes que ha habido en el panorama de la política española de las últimas décadas. Su entrada en política y probablemente también en el Gobierno de la Nación, por la puerta de atrás, como resultado de largos años de trabajo y una hábil estrategia de promoción personal, y tal vez contra su propia voluntad, supone un fenómeno irrepetible en un contexto tan conservador como el de las élites políticas españolas. Merece la pena hacerle un atento seguimiento.

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