¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

¿Son los vascos tan ricos como les gusta creer?

¿Son los vascos tan ricos como creen?

Para variar, aquí va una de storytelling de datos. En estos últimos años, el P.I.B. per cápita de la Comunidad Autónoma de Euskadi suele estar en la cifra aproximada de los 33.000 euros, sensiblemente mayor que el promedio estatal de 25,800 euros (según cifras del diario Expansión para el 2017). Si usted vive en Bilbao y se considera perteneciente a eso que llaman las clases medias, le propongo el siguiente ejercicio aritmético: multiplique esa cifra por el número de personas que viven en su unidad familiar (incluyendo abuelas y bebés, por supuesto). Inmediatamente se dará cuenta de que la cantidad resultante es mucho más elevada de lo que realmente entra en su economía doméstica. Sume su sueldo, el de su esposa, los intereses de sus activos financieros e incluso los ingresos generados por el alquiler de su piso en Plentzia. Meta también los impuestos y las cotizaciones sociales, todo lo que se le ocurra, y verá que ni de lejos le salen 33.000 euros por cabeza al año. Si indaga en la vecindad inmediata, descubrirá que hay muy pocos hogares que llegan al promedio estadístico del P.I.B. per cápita vasco.

¿Quién se lleva mi queso de Idiazábal?

¿Qué sucede? ¿Es que la riqueza en Euskadi está mal repartida? ¿Acaso no pertenecíamos a las clases medias? ¿Hay alguien que se está quedando con mi queso de Idiazábal? ¿Se está empobreciendo la sociedad? ¿Es cierto lo que cuenta su sobrina podemita, eso de que los ricos son cada vez más ricos y los probres cada vez más pobres? ¿O simplemente que la tan cacareada riqueza del País Vasco no es más que un espejismo creado por cuatro tecnócratas con ínfulas identitarias que se dedican a manipular la información del Eustat? Antes de indignarse y votar al primer partido de izquierda cuyos pasquines vea al salir a la calle, intente recordar lo que decía su manual de Macroeconomía de la Universidad. Usted pasó por aquellos temas rápidamente y de una manera superficial, con su único interés puesto en el aprobado de la asignatura y sin fijarse demasiado en las implicaciones de la teoría. Es el momento de volver a aquellos conceptos, donde se encuentra la respuesta a este enigma de la mosqueante disparidad entre lo que dicen los folletos del Gobierno Vasco y lo que usted experimenta en la vida cotidiana.

El cuarto trastero de la industria

El cálculo de esa magnitud totémica a la que llamamos P.I.B. se lleva a cabo a través de tres vías diferentes: una de ellas es el método del gasto, sumando el consumo, la inversión y el gasto público (el célebre agregado keynesiano C+I+G). Aquí lo que tenemos, en el caso de Euskadi, y de manera aproximada para no aburrir con guarismos, es lo siguiente: 32.000 millones para el consumo, otros 11.800 millones correspondientes a los presupuestos de las administraciones públicas, y alrededor de 5.000 millones correspondientes a la inversión resiencial privada (en este apartado no dispongo de cifras exactas, pero una estimación a bulto tampoco compromete demasiado las conclusiones del argumento). Sumados todos estos rubros, nos queda un volumen de 24 o 25.000 millones para completar el método del gasto haciéndolo llegar a la cifra global de los 73.000 millones de euros, y que corresponden a inversiones realizadas por las empresas vascas para asegurar su funcionamiento y su rentabilidad de cara al futuro.

Para que se entienda bien: 24.000 millones del P.I.B. vasco se encuentran estacionados de manera permanente en maquinaria, stocks, servicios de ingeniería, consultores, formación, aprovisionamientos de materias primas y productos auxiliares y otros conceptos por el estilo. En la parte de esos 33.000 euros que le corresponde a usted, según la estadística oficial, hay un enorme cuarto trastero atiborrado de bienes de equipo y existencias de almacén que no son directamente liquidables para permitirle, por ejemplo, comprarse un piso en la Gran Vía o ir con más frecuencia a los restaurantes de postín de Donosti. En su vida cotidiana usted no lo percibe, por aquello de la hiperespecialización y el entorno limpio y silencioso de la oficina donde trabaja. Por ello le puede dar la impresión de que la riqueza está mal distribuida. Sin embargo, se trata de cosas necesarias para mantener en funcionamiento la economía de la cual depende su modesto salario de vasco de clase media.

Histórico pulso entre asalariados y rentistas

«¡Un momento!», me dirá usted, ya metido en el análisis de las cifras por el deseo irresistible de conocer su posición exacta en los gráficos Gini: «Aquí también dice que el P.I.B. se mide por otras dos vías. Una de ellas, la suma de los valores añadidos, no es relevante para nuestro cálculo. Pero la otra sí. Se trata del método de las rentas, que divide toda la macromagnitud entre salarios (lo que ve en su nómina un empleado a fin de mes) y rendimientos del capital (intereses de depósitos a plazo, dividendos, beneficios empresariales, etc.). Haciendo las cuentas por este lado también me veo… no sé, un poco ninguneado en términos económicos, y se me quitan las ganas de seguir discutiendo con mi cuñado de Palencia acerca de lo bien que se vive en Euskadi y todas esas cosas…»

La verdad es que no le falta su parte de razón. Pero lo que le sucede a usted le sucede también a la mayor parte de las sociedades industrializadas modernas. Hace medio siglo, el 75 por ciento del P.I.B. correspondía a los salarios y el 25 por ciento restante a las rentas del capital. Con el tiempo, sin embargo, y por razones no del todo aclaradas, esa proporción ha ido alterándose en perjuicio de los salarios, hasta llegar a un reparto del 55% y el 45% respectivamente. En este sentido sí que se puede decir que los ciudadanos vascos -incluyéndole a usted- están viviendo el gran drama del declive de la clase media.

Finalmente, Paco con la rebaja

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Son los vascos más ricos que el promedio de los españoles, o no lo son? Para responder a esa pregunta, deberíamos fijarnos en una magnitud más precisa que la del prorrateo directo del P.I.B. regional, que de acuerdo con lo anterior no nos dice gran cosa. Veamos por ejemplo el Consumo Total de las Familias, según datos oficiales del Eustat y el Instituto Nacional de Estadística. Ahora mismo tengo delante los del año 2014 -que por efecto de la crisis no debían ser muy diferentes a los actuales-. Según el INE, corresponde a Euskadi un gasto familiar total de en torno a los 14.100 euros por habitante y año. Esta cifra ocupa el sexto puesto en el ranking (con las siguientes comunidades por encima: Madrid. Cataluña, Canarias, Baleares y, sorprendentemente, también Castilla La Mancha). Todas las demás quedan por debajo (a la cola, Ceuta, Melilla y Castilla León, con menos de 10.000 euros). El promedio de España era de 13.090 euros por persona y año. Pero si tenemos en cuenta que el índice de precios de la Comunidad Autónoma de Euskadi es como poco de un 8% superior al promedio estatal, las dos cifras quedan más o menos igualadas.

En los datos está la verdad. Y los datos nos dicen que los vascos no son más ricos que el resto de los españoles. Más pobres tampoco. En términos reales se hallan en el promedio. Su opulencia relativa no es una invención de la propaganda institucional vasca -conocida por su autosuficiencia y sus ínfulas de grandeza-, sino el resultado de distorsiones estadísticas fácilmente explicables. Euskadi es sede de numerosas empresas industriales que pagan sus impuestos a las Haciendas de los territorios vascos. Pero gran parte de estas empresas no pertenecen a los propios vascos, sino a consorcios internacionales (por ejemplo Mercedes Benz, Siemens, Outokumpu, etc.), inversores particulares que viven fuera, fondos de inversión, de pensiones y SICAVs con sede en otros lugares, etc. Allí es donde se va la parte de los rendimientos del capital no gravada por las Haciendas Forales, después de figurar durante un breve instante estadístico en nuestro P.I.B. para satisfacción de las élites y cuatro palomos que creen a pies juntillas en el discurso oficial.

Si la montaña de queso no viene a Mahoma…

En otras palabras, si en la Comunidad Autónoma del país Vasco hay alguien que se pueda considerar más rico que los demás, no es precisamente su ciudadanía, sino las administraciones públicas y la clase política. El empleado o trabajador vasco, incluso en el segmento mejor pagado, dista mucho de los personajes del típico chiste de bilbaínos que entran en un concesionario de BMW o en los restaurantes de alto standing de Madrid. Por el contrario, este disciplinado y eficiente menestral forma parte de una clase media más bien modesta, con su digno nivel de vida y su puesto de trabajo asegurado por la pujanza industrial del territorio y la buena gestión de la tecnocracia local. Pero poco más. Conviene reflexionar sobre todo esto a la luz de lo explicado, sobre todo con dos propósitos: primero, evitar la falsa noción de que la riqueza está mal distribuida y alguien nos está robando nuestro queso; y segundo, hacer algo útil. Considerar otras alternativas de desarrollo económico que nos induzcan a probar fortuna más allá de esta burbuja de autocomplacencia y gilipollez funcionarial en la que vive buena parte de nuestra juventud.

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